Domingo XXX Tiempo
Ordinario
23 octubre 2011
Evangelio de
Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír
que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le
preguntó para ponerlo a prueba:
¾ Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley ?
Él le dijo:
¾ «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todo tu ser». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo
es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.
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TODO ROSTRO REFLEJA
TU ROSTRO
En
el contexto judío del siglo I, la pregunta que el fariseo anónimo le plantea a
Jesús no era baladí ni retórica. No resultaba fácil, para una persona piadosa
que buscaba ser fiel a la Ley, establecer una jerarquía entre los 613 preceptos
importantes -248 prescripciones y 365 prohibiciones- que se habían llegado a
recopilar.
Tal
codificación –llevada a cabo precisamente por los fariseos- había sido una
tarea importante, pero es normal que produjera desaliento y confusión. De una
manera u otra, era inevitable que se preguntara por “el más importante” de
todos aquellos mandatos.
Si
bien la respuesta no era unánime –para algún rabino, el mandato más importante
era el que se refería al cumplimiento del sábado-, la más frecuente iba en la
línea que apuntará Jesús…, aunque aparecía al mismo nivel que los otros temas
considerados prioritarios por la religión oficial: la pureza ritual y los
diezmos (aparte el ya mencionado del sábado).
La
respuesta de Jesús es, al mismo tiempo, simplificadora, tradicional y radical:
·
simplificadora,
porque reduce todo aquel conjunto normativo a un solo mandamiento: el amor;
·
tradicional,
porque no hace sino unir, en un solo, dos mandamientos tomados de la tradición
de su pueblo, tal como se recogían en el Libro del Deuteronomio (6,5: amor a
Dios) y en el Levítico (19,18: amor al prójimo);
·
radical,
porque no sólo establece una jerarquía entre los mandamientos, sino porque, en
cierto sentido, hace que todos ellos se reduzcan al amor que, según él,
“sostiene toda la Toráh”.
De ese modo,
Jesús hace que todo el comportamiento moral gire en torno a lo que se conoce
como la “regla de oro”, algo usual en
prácticamente todas las grandes tradiciones espirituales.
Dentro del
propio judaísmo, ya en el Libro de Tobías (4,25), puede leerse: “No hagas a nadie lo que no quieras que te
hagan a ti”. Y el escriba Hillel, algo anterior a Jesús, lo expresaba de
este modo: “Lo que te desagrada, no se lo
hagas al prójimo: aquí está toda la Ley. El
resto es simplemente comentario”. En el mismo evangelio de Mateo (7,12),
Jesús utiliza una fórmula taxativa, que nos recuerda la respuesta que estamos
comentando: “Lo que queráis que los
hombres os hagan, hacédselo vosotros a ellos: ésta es la Ley y los Profetas”.
Me
parece importante caer en la cuenta de que, al formular el “mandato del amor”
como el fundamento de toda la Ley, no se
está hablando en primer lugar de una prescripción, sino de una revelación.
Es decir, no se está imponiendo una norma, sino que se nos está descubriendo lo
que somos.
El “primer mandato” es el amor, precisamente
porque somos Amor. La “Regla de oro” nos recuerda nuestra identidad. Por
esa razón, amar a Dios y a los otros no es algo que proceda del voluntarismo,
sino que nace de la comprensión.
Me
parece cierto que el reconocimiento de la
propia vulnerabilidad nos humaniza; limpia nuestra mirada y abre nuestro
corazón al sufrimiento de los otros: empieza a brotar la compasión.
Pero
hay otra fuente más profunda de la
compasión: es la comprensión de
quienes somos.
En
cierto modo, podría decirse que la “realización” de la persona va acompañada de
una doble característica: la sabiduría y la compasión. La primera permite
comprender en profundidad o “ver” la verdad de las cosas; la segunda, es su
expresión o manifestación. Quien “ve” no podrá no ser compasivo; no podrá no
amar.
Así
entendemos la expresión del sabio hindú Nisargadatta: “El amor dice: «Yo soy todo». La sabiduría dice: «Yo soy nada». Mi vida
fluye entre ambos”. O, de otro modo: "Comprender que uno es nada es sabiduría, comprender que uno es todo es
amor". Frances Vaughan lo ha expresado de esta forma: “La compasión ve al Uno en los muchos, la
sabiduría ve a los muchos en el Uno”. Y Willigis Jäger: “La gran compasión que surge de la
experiencia de unidad se experimentará como la fuerza motriz del universo”.
Es lo que, con
unas u otras palabras, manifiestan todos los hombres y mujeres que han “visto”.
El propio Jesús se nos presenta como “el hombre sabio y compasivo”.
Lo
que llegamos a comprender es que, en contra de la creencia de que somos seres
separados –que sostiene y alimenta al ego-, nuestra verdadera identidad es
“compartida”: somos como células de un
mismo organismo. ¿Qué ocurriría en nuestro organismo si cada célula se
considerara “aislada” del conjunto y tuviera un comportamiento autárquico?
La realidad es
no-dual y nada está separado de nada. En ese nivel, podemos decir con verdad:
“soy tú”. Más importante, profunda y real que la “individual” (de “célula”) es
la identidad que compartimos (el “organismo” que somos), en la que realmente
nos encontramos. (Aunque no lo “sepa”, la célula es también cuerpo: una y otro
son no-dos).
Dicho de otro
modo: si no interfiere nuestra mente no observada, notaremos que la conciencia
se encuentra a sí misma en cada “otro”, y nos
reconoceremos a nosotros mismos por doquier. Descubriremos, tras una
ignorancia tan prolongada, que todo
rostro es nuestro rostro… y todo bien
es nuestro bien. Ese día se habrá disipado toda oscuridad y habremos
entrado en contacto con nuestra verdadera identidad.
Un
antiguo texto budista lo expresa de una manera tan profunda como hermosa:
“Namasté.
Yo honro el lugar dentro de ti donde el Universo entero reside.
Yo honro el lugar dentro de ti de Amor y Luz, de Verdad y Paz.
Yo honro el lugar dentro de ti donde cuando tú estás en ese punto tuyo,
y yo estoy en ese punto mío,
somos sólo Uno”.
En
lo concreto, No-dualidad significa Abrazo
integrador. Dicho con otras palabras: la naturaleza última de lo Real es
Amor. Amor que, como fuerza “unitiva”, mantiene cohesionado el conjunto, desde
las partículas elementales hasta los inmensos espacios inabarcables.
Se
comprende que, en las religiones teístas, el “primer mandamiento” sea: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con todo tu ser”. No está hablando de un Dios que
exigiera servidumbre por encima de todo –aunque se haya interpretado así desde
una conciencia mítica-; significa, más bien, el reconocimiento de que la
Realidad primera es Amor y que, por tanto, “acertamos” en la vida cuando nos
alineamos con ella en esa misma clave y actitud amorosa.
En
el caso de Jesús, es patente que, para él, el amor es el “camino” por
antonomasia; hasta el punto de que todo lo centra ahí: la figura del samaritano
de la parábola es emblemática y no admite “apaños religiosos”, cuyos
representantes son criticados en la misma narración: “Ve y haz tú lo mismo”.
Así
como otras tradiciones espirituales han priorizado el camino del conocimiento (jñana, gnosis), el maestro de Nazaret insistió en la práctica concreta del
amor –especialmente a la persona en necesidad-, como camino de realización
personal y colectiva (lo que él llamaba “Reino de Dios”).
En
realidad, se trata de diferentes caminos que conducen a la misma “meta”:
despertar a quienes somos, desidentificándonos del yo. Cuando acallamos la
mente –en el camino del conocimiento-, nos percatamos de que el ego es sólo una
creación mental; cuando dejamos vivir el amor que somos –en la práctica
compasiva, servicial y gratuita-, el ego queda igualmente trascendido. De un
modo y otro, nos abrimos a la verdad de quienes somos, la identidad no-dual o
“compartida”.
Ahora
bien, dado que los seres humanos somos tan condicionados y limitados, a la vez
que con poderosas inercias hacia la egocentración –debido, probablemente, al
momento evolutivo en el que nos encontramos-, puede ser bueno que pongamos
expresamente cuidado en verificar cómo es nuestra actitud y nuestro comportamiento
concreto hacia los otros. Aparte de ser el criterio más claro de un genuino
camino espiritual, nos servirá de cuestionamiento para advertir si estamos
viviendo en coherencia con lo que somos –amor-, o si seguimos enroscados en los
laberintos egoicos…, creyéndonos “espirituales”.
www.enriquemartinezlozano.com
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